Ordet, Carl Theodore Dreyer

En mi breve experiencia en el cine, como acomodador, aprendí muchas cosas. Algunas de ellas desearía no haberlas experimentado nunca, otras me hicieron crecer como persona, ampliar horizontes, salir de mi zona de confort que se dice ahora. Conocí a gente maravillosa -otros no tanto- pero sobre todo comencé a ver el cine con otros ojos, los de mis compañeros de profesión -algunos de ellos cinéfilos de una erudición exquisita- los cuales intentaron que disfrutara del cine como el séptimo arte, y no un mero entretenimiento.
Además de Tarkovski, la película que estaba en boca de todos era La Palabra, Ordet, dirigida por el ya conocido por mí director danés Carl Theodore Dreyer. Recuerdo que la reservé en la Biblioteca Aragón en VHS y Marietta y yo nos sentamos una tarde a verla, sin prisas, y tras terminarla nos miramos y nos dijimos: "Qué coño hemos visto?"
Para los cánones actuales, Ordet es exageradamente lenta, y el argumento no daría más que para un corto. Dos familias enfrentadas por la religión tienen sendos hijos que se aman, pero el odio que se profesan impide que se fragüe la boda. Y por ahí en medio hay un alucinado que responde al nombre de Johannes que dice ser Cristo y que el mundo se va a la mierda porque el ser humano ha dejado de creer.
Es imposible negar que visualmente es preciosa. El blanco y negro le queda muy bien a esos largos planos secuencia que siguen a los actores en su movimiento por la escena, como si de un teatro se tratara. Y Johannes imprime un tono místico a sus palabras, tanto que te hacen dudar de si no dice la verdad. Incluso se te hace simpático por su capacidad para decir siempre verdades incómodas. Johannes es uno de esos personajes que jamás se te olvidan, como el Mitchum de La noche del cazador o Morgan Freeman en Cadena Perpetua.
Pero es una película demasiado experimental para nuestros días, inasequible a quien espera hora y media de diversión sin fisuras mentales, y Ordet es, ante todo, una reflexión sobre la fe del hombre en la religión y su incapacidad para trascender más allá de lo que ve.